martes, 3 de marzo de 2009

Agua, luz y vida.

En mi primera historia les conté como mis padres perdieron 5 hectáreas de su campito de 15 con una cosecha fallida de papas. Lo que no les conté es que la perdida de estas 5 hectáreas posibilitó que mi hermano y yo recibiéramos una muy buena educación; gracias a la infinita bondad de Don Carlos y Doña Amelia, mis abuelos del corazón, quienes fueron los que compraron esas 5 hectáreas.
Desde el día que compraron “el campito”, así le decían ellos, jamás faltaron un fin de semana; por más que lloviera torrencialmente, Don Carlos le ponía cadenas a las ruedas de su auto, y así enfrentaba las 37 cuadras de barro que había desde la ruta 200.
Al fallecer mi madre, esta querida pareja se preocupo y ocupo de que mi hermano y yo tuviéramos la posibilidad de conocer y acceder a un mundo que ni en sueños podíamos imaginar.
No fue fácil al principio, sobre todo para mí que era el mayor, y como tal el primero que se fue a la capital, a vivir en la casa de Don Carlos y Doña Amelia; para así poder concurrir al industrial, ya que en Marcos Paz no había; y según Don Carlos ahí estaba el futuro para mí; y realmente no se equivocaba.
Me fui un domingo a la tardecita, en la rambler de Don Carlos; y aun hoy día recuerdo cada minuto del viaje. Iba en el asiento trasero, saltando de una ventanilla a la otra, porque no me daban los ojos para ver tantas cosas nuevas.
Llegamos de noche, y antes de ir a la casa de ellos, paramos en una pizzería del barrio de mataderos (El Cedrón), a la cual suelo ir hoy día, ya que no había probado nunca algo tan rico como la piza; y de ahí, derecho a su casa y a la cama.
Hasta aquí todo me parecía un sueño; pero en pocas horas se convirtió en una pesadilla.
Antes de irme a la cama, Doña Amelia me mostro el baño, y yo en mi excitación no me di cuenta de lo que era; ya que toda la casa era para mi un mundo desconocido.
Al rato de acostarme, me agarraron unas ganas bárbaras de hacer pis, me levante y busque la pelela debajo de la cama, pero no había “debajo de la cama”, pues era toda de madera y estaba cerrada por los cuatro lados. Mi cama de Marcos Paz era de fierro, y había como 1 metro libre hasta el piso.
Casi a punto de hacerme encima, me acorde cual era la puerta del baño, y agarre y me metí corriendo; todo en la oscuridad apenas clareada por la luz de la calle que entraba por las ventanas; cerré la puerta y quede en la oscuridad total, volví a la pieza en busca de una vela y fósforos, como tenia en mi mesita de luz, pero aquí no los había; ya la urgencia me vencía, y corrí a la puerta de calle para hacer en el árbol que había visto al entrar en la casa; pero para mi total desesperación, la puerta estaba cerrada con llave, cosa que supe lo que era al otro día, ya que en casa no existían las puertas con llave; y ahí nomas me hice encima. Fue en ese momento cuando se me vino la enormidad del cambio encima, y lloré como nunca jamás lo hice en la vida.
Y lo peor no había pasado, en la mañana tuve que enfrentar toda mi vergüenza y dolor, por haberme pillado encima; porque solo mucho tiempo después comprendí que la pena y la bronca que había esa mañana en los ojos de Doña Amelia y Don Carlos, no era para conmigo, sino que era para con ellos por no haber sabido ayudarme en esas primeras horas de destierro.
Así, se tomaron todo el trabajo del mundo en enseñarme el nuevo mundo que enfrentaba.
¿Cómo iba a saber yo lo que era un baño? Si lo que yo conocía por baño, eran cuatro chapas encerrando un pozo en el piso. Aquí, había artefactos que no conocía ni por su nombre, inodoro, bañera, bidet. Que bajando una palanquita se encendía la luz, (¡si la luz se enciende con fósforos!). Que apretando un botón salía un chorro de agua que se llevaba las necesidades, (¿para qué?, ¿estaban locos?, si el agua hay que cuidarla como a nada en el mundo). Que girando una perilla en la pileta (¡perilla!?), salía agua fría; si giraba la de al lado, salía agua caliente. Y ni hablar de lo que pasaba con las perillas de la bañera; chorros de agua fría o caliente, lluvia de mas agua fría o caliente; y el bidet! Que tiraba lluvia para arriba, ¡una locura total!.
Hoy, creo que si me hubieran subido a un plato volador, estaría menos asombrado. Y yo, creído que un baño eran esas cuatro chapas a treinta metros de la casa. Lo que hacía de pileta en casa era una palangana; la bañera era un fuentón, y la ducha una jarra; ah! nos bañábamos en la cocina en invierno, porque ahí se estaba calentito, y en el patio en verano.
Sé que me divagué un montón, pero cuando me puse a pensar en cómo había conocido la luz eléctrica, se me vino todo el tropel de recuerdos, y fue imposible pararlos.
La luz que yo conocía primeramente era la del sol; y nuestras vidas se regían por él. Uno se levantaba antes que el sol empezaba a asomar; y no era el gallo el que lo anunciaba, las primeras en detectarlo eran las vacas que un rato antes de que saliera ya empezaban a inquietarse en la espera de amamantar a sus terneros y a que las ordeñen; y el sonido de esa inquietud que solo los que tienen tambo o granja conocen, era el despertador del campesino, y no el gallo.
Uno se acostaba poco después que el sol se escondiera, ya que la luz de las lámparas, velas y sol de noche eran muy caras, además de que no había otra cosa para entretenernos que algún cuento, o el juego de la lotería (el bingo de hoy, pero sin plata de por medio) que jugábamos únicamente los sábados.
Uh! Me olvidaba, el gran entretenimiento de los sábados a la noche, era poner el sol de noche (farol que funcionaba a kerosene) en el piso del patio, para atraer a los insectos y estos a su vez a los sapos, que acudían presurosos a la luz a comerse a los bichos. Es el día de hoy que no sé como cuernos los sapos sabían que donde había esa luz estaban todos los bichos.
La luz de las velas la conocemos todos, alumbra muy poco alrededor de donde se la ponga; las lámparas de kerosene alumbran bastante más; pero ambas tienen la misma particularidad, que es la de crear muchísimos lugares en sombras y penumbras. Las sombras y penumbras que crean las velas, bailan para todos lados; en cambio las de las lámparas de kerosene, solo las estiran o las acortan, al estar encerrada la llama por un vidrio que impide que el mínimo viento la sacuda como en el caso de la vela.
En cambio la luz del “sol de noche” es otra cosa, su luz es quieta, y por lo tanto quietas son las sombras y penumbras; de vez en cuando la intensidad de la luz disminuye, y hay que darle bomba para que aumente. Generalmente se colgaba de un gancho sobre la mesa donde se cenaba, aunque esto creaba un círculo de sombras inmediatamente debajo de él; y en verano el calor que despedía era insoportable, aunque en invierno era muy bienvenido.
La luz eléctrica es una luz sin personalidad; pero ¡como alumbra!
¡Heladera!; ¡Televisor!; ¡Radio!; ¡Agua buena a montones!.
Otra cosa que se me quedo grabada fue mi primer desayuno en casa de Doña Amelia; ¡cocina a gas!, ¡galletitas dulces!, ¡música de la radio!.
Don Carlos pidiéndonos silencio, porque iban a dar el ¿pronóstico?, y Doña Amelia explicándome que era en el oído. Al rato lo agarré a Don Carlos de la mano y lo saqué a la calle a los tirones; ¡por fin conocía algo yo que ellos no!. ¿Para qué quería que otro le dijera como iba a estar el tiempo?, si con solo salir al patio, aspirar el aire y mirar el cielo uno ya lo sabía.
Si se sentía el olor de los chanchos iba a hacer calor; si venía el olor del corral de las vacas, refrescaba. Pero si se sentía el olor del horno de ladrillos de los padres de la Tere, se venía el agua. También había que mirar para donde iban las nubes y de qué forma y color eran; otra señal eran los animales, la quietud o inquietud de las vacas; el nerviosismo del caballo; las hormigas, en verano las chicharras.
Pero grande fue mi desilusión, casi no había cielo para mirar, los olores no eran los mismos; y para peor, tampoco había ni animales ni insectos. Ni hablar la desilusión que me lleve.

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